Noche eterna.
Nadie se ha percatado de la densa niebla que cubre ahora el castillo.
Las aguas parecen estar calmadas a pesar de que las criaturas que la pueblan
no cesan de nadar a cierta profundidad.
Los árboles que crecen cerca de la ciénaga de los muertos
se retuercen y ahogan en su interior las raíces de éstos
como si quisieran ser más humanas que los propios muertos que allí descansan.
El tiempo parece haberse detenido entre los muros del castillo
a pesar de que el mundo sigue recorriendo su curso natural.
El polvo se posa sobre los viejos muebles ya en desuso,
las lámparas de araña ya no brillan porque las velas están consumidas,
e incluso las huellas que tiempo atrás alguien había dejado en el suelo
ahora parecen haberse esfumado sin más.
Duerme la princesa en su lecho de muerte
mientras que su noche de bodas dura de forma eterna.
Yace sin voz, sin sueños, sin esperanzas, viendo el mundo
tras las cuencas vacías de sus ojos.
Sus brazos inmóviles no pueden deshacerse de la molesta espada
que atraviesa sus costillas vacías donde tiempo atrás hubo un corazón puro e inocente
lleno de amor y de esperanza.
Pobre princesa, que vive su noche eterna sin sueños ni deseos,
sin comprender el destino tan cruel que con tan sólo dieciséis años le esperó
al desposarse con el noble caballero sangriento.
La luna se filtra a través de las ventanas que parecen estar abiertas
a un mundo completamente diferente al que se ve a través del exterior de los muros del castillo.
Silenciosa y temerosa, la luna vigila que todo siga en su sitio como la misma noche
en que con sus propios ojos vieron como la sangre teñía las sabanas y paredes del lecho nupcial.
Pobre princesa, que nadie le ha explicado que está muerta
y ahora sigue atrapada entre sus muros sin descanso.
Akasha Valentine © 2010
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