sábado, 1 de junio de 2013

POEMA VIII – LOS AMANTES. AKASHA VALENTINE.

Jacopo Zucchi. Fotografía: Wikipedia

POEMA VIIILOS AMANTES. AKASHA VALENTINE.

¡Los he visto juntos! Exclama el viento. ¡Yacer en el mismo lecho! Susurra entre dientes. Tocándose suavemente, surcando con las yemas de los dedos los dorados cabellos que sobre las piernas del otro descansan como si los segundos no tuvieran importancia. Las palabras carecen de sentido, ninguno de los dos pronuncia sonido alguno, y el silencio aguarda en una esquina esperando su oportunidad. Les envidio, añade el aire, pues sereno es el entorno y calmada la estancia en la que los sentimientos de ambos duermen acurrucados en las sábanas. La brisa toma la palabra, el reposo que dormía en los labios de ambos ha despertado, pero su prudencia ha preservado la magia que habitaba en la comisura de su boca, ojalá mi amor fuera tan fuerte como el de ellos, desearía tener aunque fuera durante un sólo segundo su fortaleza para creer en la esperanza del amor que un día perdí por descuido en algún lugar de un rincón llamado olvido.


El aura pide la palabra y trae consigo un puñado de recuerdos que arroja sobre la mesa. Todos callan, ninguno dice nada. No hay cabida para los vocablos y el sonido de las vocales se ha enredado en las cuerdas vocales de quienes los contemplan. ¡Qué afortunados son al tenerse el uno al otro! Piensa el soplo que a lomos del aire asciende hasta los techos y garabatea su nombre sin pluma ni tinta, pues su amor es tan grande que ni las fronteras de lo moral pueden detenerles. Se besan porque se sienten en igualdad de condiciones, a pesar de que para el mundo que les rodea sus vidas son completamente opuestas y las distancias deben mantener si quieren seguir adelante con sus vidas. Me asombra su voluntad, la forma en la que luchan e intentan sacar adelante su relación, añade finalmente el aliento que un día les fue entregado, pues nadie mejor que yo les conoce ya que de su boca he hecho gestar y nacer a emociones y sílabas por igual.


El céfiro aire irrumpe la conversación, y los rostros de los asistentes quedan petrificados ante tal interrupción, pues no sólo trae consigo la esencia de su amor, sino que también el juramento de lealtad que de mutuo acuerdo decidieron hacer realidad. Todos les miran, ninguno se atreve a decir nada, y los ojos de los asistentes se posan de nuevo sobre los amantes que, agazapados a los pies de la cama, intentan aferrarse a la horas que les quedan antes de que la realidad golpee con las yemas de sus dedos la puerta en la que ambos se ocultan. Todos aguantan la respiración, el día comienza a despuntar en el horizonte, y ninguno de ellos desea verlos decirse adiós, así que rezan en silencio para que los segundos se conviertan en horas y los amantes que aún siguen dormidos con los brazos enroscados y los cuerpos desnudos pegados entre sí sigan juntos a pesar de que el mundo ya les reclama y las obligaciones piden ser atendidas, mientras los allí presentes piensan qué injusto es el amor cuando tienes que decir adiós a quien más quieres.


-FIN-



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